
Pablo no dice que la fe en Cristo sea una necedad, sino que el mundo la percibe como tal. Dios, en Su sabiduría, determinó que la humanidad no lo hallara por medio del intelecto o la filosofía, sino por el mensaje de la cruz. El evangelio parece débil e irracional solo para los que se pierden, porque sus corazones están entenebrecidos y sus ojos cegados a la verdad divina (Romanos 1:21–22; Juan 3:19–20).
Los judíos buscaban prueba milagrosa. Sin embargo, aun después de que Jesús sanó a los enfermos, resucitó a los muertos y calmó el mar, siguieron pidiendo otra señal (Mateo 12:38–40). Cristo les dijo que la única señal que recibirían sería Su muerte y resurrección: la verdadera señal de Jonás. Los griegos buscaban sabiduría, buscando la salvación por medio del conocimiento o la iluminación. Pero para ellos, un Dios crucificado era absurdo. La idea de que el Creador se humillara, sufriera y muriera en manos de Su creación contradecía toda expectativa humana (Filipenses 2:6–8).
Sin embargo, en esa aparente “necedad”, Dios reveló Su poder y Su sabiduría. La cruz no es debilidad; es fuerza contenida para redención. La muerte de Cristo vence al pecado y a la muerte precisamente porque es el acto divino de amor que se entrega a sí mismo, no el intento humano de alcanzar el cielo. “La locura de Dios es más sabia que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (v. 25).
Los llamados (judíos o griegos) ven en Cristo no locura, sino la misma sabiduría de Dios (Efesios 1:17–19). Lo que el mundo ridiculiza, la fe lo reconoce como gloria. La sabiduría de la cruz humilla el orgullo humano y silencia toda jactancia. La salvación no pudo ser descubierta, inventada o lograda; tuvo que ser revelada. Y al revelarla por medio de lo que parece débil, Dios expone la bancarrota de la razón humana y magnifica Su sabiduría eterna.