
Pablo recuerda a los corintios que la misma existencia de la iglesia es un testimonio de la sabiduría de Dios que derriba la sabiduría del hombre. Cuando el mundo construye, escoge a los fuertes, a los instruidos y a los influyentes. Pero Dios forma Su pueblo de aquellos que el mundo considera débiles e indignos. Esto no es un accidente, sino un diseño divino. “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó” (Deuteronomio 7:7–8). La elección de Dios se origina en Él mismo, no en nosotros.
Esta verdad derriba toda filosofía humana que busca la redención o el progreso fuera de Cristo. El socialista, el racionalista y el idealista prometen que la humanidad puede elevarse mediante la educación, la equidad o la iluminación. Sin embargo, todos estos sistemas, como advierte Pablo en Colosenses 2:8, son “filosofía y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.” Comienzan con el hombre y terminan en orgullo. Dios comienza con Su Hijo y termina en gloria.
Al escoger lo necio para avergonzar a lo sabio, Dios revela que ningún intelecto ni sistema puede reconciliar a la humanidad con Él. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura” (1 Corintios 2:14). La cruz no es un ejemplo de superación personal, sino la muerte del yo y el nacimiento de una nueva vida por gracia. Cristo mismo llega a ser nuestra sabiduría y justicia (v. 30), las mismas cosas que el mundo pretende producir por sí mismo.
Todo proyecto humano para construir una utopía se derrumba bajo su propia corrupción. Solo en Cristo el rechazado es aceptado, el pecador es justificado y el muerto recibe vida. En Él, Dios cumple Su promesa: “Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo” (Oseas 1:10, Romanos 9:25). El resultado es claro: “El que se gloría, gloríese en el Señor” (Jeremías 9:23–24).
Cuando Dios llama, llama a los improbables, para que el mundo vea que la salvación no es del hombre hacia Dios, sino de Dios hacia el hombre. El mundo exalta la habilidad; Dios exalta la gracia. Y solo la gracia permanecerá para siempre.