
La sabiduría de Dios nunca ha estado oculta porque Él quisiera mantener a Su pueblo en ignorancia, sino porque ninguna mente humana podría descubrirla por sí misma. Solo el Espíritu de Dios escudriña y conoce lo profundo de Dios, y solo Él lo revela a los que creen. El “misterio” del que habla Pablo no es una verdad abstracta ni una iluminación secreta, sino el evangelio mismo: el plan de salvación por medio de Cristo crucificado. Esta es la sabiduría que el mundo llama locura, y sin embargo, es la verdadera sabiduría de Dios (1 Cor 1:23–24).
Por medio del Espíritu, los creyentes llegan a ver lo que ningún ojo vio, ni oído oyó, ni ha subido en corazón de hombre (1 Cor 2:9): que el mismo Creador redimió a Su creación haciéndose hombre, llevando el pecado y otorgando justicia como don. Así como Pedro escribió que “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pe 1:21), así también dependemos de ese mismo Espíritu para entender lo que ha sido escrito.
La sabiduría del mundo, movida por el orgullo y la especulación, no puede comprender estas cosas. Se gloría en su intelecto, pero la verdadera comprensión espiritual comienza con la humildad. El mismo Espíritu que inspiró las Escrituras ilumina el corazón para creerlas. Por tanto, Pablo elimina todo motivo de jactancia. Los “espirituales” no son los que poseen conocimiento secreto, sino los que, humillados por la gracia, dependen completamente del Espíritu de Dios para conocer la mente de Cristo (Fil 2:5).