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Devocional 23 Octubre 2025

October 23, 2025 • Steve Torres

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“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1 Corintios 2:14–16, RVR1960)

La diferencia entre el hombre natural y el espiritual no está en la inteligencia, la moralidad o el esfuerzo religioso, sino en la presencia del Espíritu de Dios. Pablo deja claro que el hombre natural no puede aceptar ni entender las cosas de Dios porque se disciernen espiritualmente (v. 14). La verdad de Dios no es un acertijo que deba resolverse con la mente humana; es una revelación concedida por el Espíritu. Lo que el mundo llama necedad (la cruz, la gracia y la dependencia de Dios) es, en realidad, la sabiduría misma de Dios (1 Corintios 1:18–25).

Pero el propósito de Pablo aquí no es provocar orgullo en el creyente espiritual. Aquí es donde muchos se desvían. Decir que el espiritual “juzga todas las cosas, pero él no es juzgado de nadie” (v. 15) no significa que el creyente esté más allá de la corrección o de la responsabilidad. Significa que los estándares de la sabiduría del mundo ya no se aplican a los que son guiados por el Espíritu. Como dijo Jesús: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo” (Juan 3:19). Los que andan en el Espíritu permanecen en esa luz, no para gloriarse en sí mismos, sino porque el Espíritu los ha pasado del juicio a la gracia (Juan 5:24; Romanos 8:1).

La verdadera espiritualidad no se demuestra por la autoproclamada iluminación, sino por la conformidad con lo que el Espíritu ha revelado en Cristo. El Espíritu nunca contradice la Palabra que Él mismo inspiró (2 Pedro 1:21). Por tanto, ser espiritual no es ser inenseñable, sino ser sumiso, dispuesto a ser corregido, formado y santificado por la verdad. Como advierte Juan: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4:1). La verdadera prueba de la vida espiritual es si estamos siendo conformados a la mente de Cristo, revelada en Su Palabra y manifestada en Su humildad (Filipenses 2:5–8).

Tener la mente de Cristo no significa pensar que estamos por encima de los demás, sino pensar como Él pensó: humillarnos, obedecer a Dios y amar la verdad. La sabiduría espiritual no es una insignia de superioridad; es un llamado a rendición, a dejar que el Espíritu nos transforme tan completamente que nuestro discernimiento se convierta en un eco del corazón del Salvador.

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