
Cuando Pablo se describe como un “perito arquitecto” no está presumiendo, sino confesando la gracia de Dios. El término griego architéktōn sophos (arquitecto sabio) se conecta directamente con la “sabiduría” que él ha enseñado en esta carta: una sabiduría que no proviene del mundo, sino del Espíritu (1 Corintios 2:6–13). Todo lo que Pablo hizo en Corinto, desde predicar hasta discipular, fue fundamentado en la sabiduría de Dios revelada en Cristo crucificado. El fundamento no fue la elocuencia ni la estrategia de Pablo, sino la persona y la obra de Jesucristo.
Porque sólo Cristo es el fundamento, cada creyente y cada iglesia deben tener cuidado de cómo edifican sobre Él. La advertencia es seria: lo que edificamos será probado. El “día” del que Pablo habla es el Día del Señor, cuando la calidad de nuestra obra será revelada. Si nuestra obra ha sido edificada con obediencia y humildad, alineada con el carácter y propósito de Cristo, permanecerá como oro refinado por el fuego (Malaquías 3:2–3; Apocalipsis 3:18). Pero si edificamos para nuestra propia gloria o orgullo, nuestras obras se consumirán como paja.
El fuego no destruye al creyente; lo purifica (1 Pedro 1:7). Expone si nuestras vidas han sido formadas por la gracia que profesamos. La verdadera sabiduría edifica con humildad dentro de los límites del fundamento de Cristo. La verdadera unidad surge cuando cada creyente, como Pablo, trabaja no para sí mismo, sino para la gloria del mismo Señor. Porque al final, sólo lo que se edifica en Cristo permanecerá (Mateo 7:24–27; Juan 15:5; Efesios 2:20–22).