
Pablo escribe con profunda ironía y afecto paternal. Los corintios, orgullosos de sus dones espirituales y de su posición social, veían su éxito como señal de madurez. Pablo destruye esa ilusión comparando su jactancia con su propio sufrimiento. Si estar en Cristo significa honra, riqueza y comodidad, entonces Pablo—que soporta hambre, persecución y desprecio—sería el menor de todos los creyentes. Pero precisamente su aflicción revela la verdadera fidelidad. Los apóstoles son “espectáculo al mundo”, despreciados y burlados, pero su perseverancia refleja el ejemplo de Cristo mismo, quien “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2:5–8).
La sabiduría de Dios se manifiesta en lo que el mundo llama necedad (1 Corintios 1:27). Pablo bendice cuando es maldecido (Romanos 12:14), soporta cuando es golpeado (2 Corintios 4:8–10), y se goza en participar de los padecimientos de Cristo (Filipenses 3:10). Esta es la Sabiduría de Dios que confunde la sabiduría del mundo. La fidelidad no exalta al yo, sino que magnifica a Cristo, quien “siendo rico, por amor a vosotros se hizo pobre” (2 Corintios 8:9).
La preocupación de Pablo no es sólo que los corintios piensen demasiado de sí mismos, sino que estén siendo influenciados por maestros que glorifican el éxito terrenal. Los falsos maestros disfrazan el orgullo de espiritualidad, jactándose en lo que han logrado y no en lo que Cristo ha hecho. Pablo insta a los creyentes a imitar no a los fuertes, sino al crucificado: medir la fe no por los aplausos, sino por la perseverancia en el amor.
El llamado permanece: vivan en la Sabiduría de Dios, y no en la sabiduría del mundo. Seguir a Cristo es caminar por el camino estrecho de la humildad, la perseverancia y el amor, hasta que la gloria sea revelada.