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Devocional 12 Noviembre 2025

November 12, 2025 • Steve Torres

1 Corintios 6:19-20.jpg

“Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:13b–14, RVR1960)

El argumento de Pablo ataca la raíz de uno de los errores más antiguos de la humanidad: la idea de que lo “espiritual” y lo “físico” pueden separarse. Los corintios habían adoptado frases para justificar su pecado: “Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas.” Para ellos, los deseos corporales eran irrelevantes para la fe. Pero Pablo les recuerda que Dios mismo demostró que el cuerpo importa: Él resucitó físicamente a Jesús de entre los muertos. Si la espiritualidad no tuviera relación con lo físico, la resurrección de Cristo habría sido innecesaria. Sin embargo, Dios vindicó a Su Hijo levantándolo en carne (Lucas 24:39), revelando que la redención abarca todo aspecto de la existencia humana.

Cristo no vino para dividir lo espiritual de lo físico, sino para unirlos en Él mismo. El Verbo eterno se hizo carne (Juan 1:14), y por medio de Su resurrección, Dios declara que nuestros cuerpos no son simples cáscaras desechables, sino lugares sagrados destinados a la gloria (Romanos 8:11). El cuerpo del creyente es la morada del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19): un templo viviente. La santidad, por tanto, no es solo un sentimiento interno, sino una realidad encarnada.

La inmoralidad sexual no es simplemente un fracaso moral; es una profanación espiritual. Unirse corporalmente al pecado es arrastrar el templo de Dios a la impureza. El mandato de Pablo de “huir de la inmoralidad sexual” (v. 18) no es solo una restricción prudente, sino sabiduría espiritual. Así como los israelitas cuidaban la pureza del templo, el creyente debe guardar el cuerpo en el cual ahora habita Dios.

Nuestra redención fue comprada al precio más alto: “habéis sido comprados por precio” (v. 20; 1 Pedro 1:18-19). Por tanto, nuestra libertad no consiste en autonomía, sino en pertenencia: “presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1). La resurrección nos recuerda que lo que hacemos en nuestros cuerpos resonará por la eternidad. Glorificar a Dios en el cuerpo es vivir ahora como quienes serán resucitados con Él.

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