
Las palabras de Pablo en 1 Corintios 7:8–11 nos recuerdan que la preocupación principal de Dios no es si estamos casados, solteros, viudos o separados. Su prioridad es que vivamos vidas santas en cualquier estado en que nos encontremos. Pablo desmantela la obsesión de los corintios con su “estatus” y la reemplaza con una pregunta mucho más profunda: ¿Estás honrando a Dios con tu cuerpo?
A los solteros y a las viudas, Pablo les dice que es bueno permanecer sin casarse, si pueden hacerlo con pureza. La soltería no es menos espiritual, ni el matrimonio es más espiritual. Cada estado es un llamado. Si la soltería permite a alguien glorificar a Dios con devoción indivisa, Pablo dice que eso es bueno (1 Co. 7:32–35). Pero si la soltería se vuelve un lugar de tentación, el matrimonio es igualmente bueno, porque es la provisión de Dios para la santidad: “mejor es casarse que estarse quemando” (1 Co. 7:9). La santidad, no la independencia, es el punto.
A los casados, las instrucciones de Pablo reflejan la enseñanza de Jesús: la mujer no debe separarse de su marido, y el marido no debe divorciarse de su mujer (Mt. 19:3–6). El matrimonio es un pacto, no un contrato. Su permanencia se arraiga no en la cultura, sino en la creación misma (Gn. 2:24). Pero Pablo también muestra ternura y realismo: si se produce una separación, el camino delante es la reconciliación o permanecer sin casarse (1 Co. 7:11). Incluso en rupturas dolorosas, la santidad se preserva mediante la obediencia.
Para la persona que fue divorciada contra su voluntad, Pablo ofrece dignidad y protección. Las leyes de divorcio del mundo romano eran a menudo crueles, especialmente para las mujeres. Sin embargo, Pablo no condena al inocente. En cambio, les llama a seguir honrando a Dios con su cuerpo, aun en circunstancias dolorosas. La santidad no se pierde porque otra persona haya pecado.
La advertencia a los maridos, “que el marido no abandone a su mujer,” refleja algo que Pablo dijo antes en el capítulo: el cuerpo del marido pertenece a la mujer, y el cuerpo de la mujer pertenece al marido (1 Co. 7:3–5). Este mutuo pertenecer está diseñado para proteger a ambos de la impureza. El matrimonio debe ser un lugar hermoso de cuidado mutuo, no una trampa ni un arma. Abandonar al cónyuge es exponerlo al peligro espiritual, algo que Dios detesta (Mal. 2:14–16).
En todo esto, Pablo mantiene una verdad en el centro:
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Co. 6:20).
Tu llamado es la santidad. Tus circunstancias son simplemente el escenario donde esa santidad se vive.