
Pablo continúa desarrollando su contraste entre la sabiduría del mundo y la Sabiduría del Espíritu. Los corintios, como muchos en nuestros días, estaban tentados a medir las relaciones por el lente del mundo: “Rodéate solo de quienes te apoyan, te afirman y están de acuerdo contigo.” Sin embargo, la Sabiduría del Espíritu llama al creyente a una postura radicalmente distinta: “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3) y “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los demás” (Filipenses 2:4). Esta visión de entrega forma el corazón de la instrucción de Pablo en 1 Corintios 7:12–16.
Cuando un creyente llega a la fe mientras su cónyuge permanece incrédulo, la reacción natural del mundo es disolver la relación. Pero Pablo insiste en que la fe no disuelve el pacto matrimonial; al contrario, trae bendición a él. “Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone” (1 Corintios 7:12–13). Esto refleja la afirmación de Jesús de que el matrimonio es un pacto destinado a permanecer (Mateo 19:4–6) y armoniza con la enseñanza bíblica más amplia de que la presencia del creyente puede traer bendición incluso a los incrédulos. La casa de Potifar fue prosperada por causa de José, porque “Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José” (Génesis 39:5). Del mismo modo, Pablo enseña que el cónyuge incrédulo es “santificado,” no salvo, sino apartado bajo la esfera de la influencia misericordiosa de Dios (1 Corintios 7:14). Aun los hijos de tal unión son considerados “santos,” es decir, puestos bajo una cercanía al pacto, semejante al principio de que Dios desea “una descendencia para Dios” (Malaquías 2:15).
Esto no contradice el mandato de no unirse en yugo desigual (2 Corintios 6:14); Pablo aborda un escenario distinto, no entrar en un matrimonio mixto, sino permanecer fiel dentro de uno después de la conversión. El creyente permanece no por beneficio personal, sino por el bien espiritual del otro. Como dice Pedro, el esposo incrédulo puede ser “ganado sin palabra por la conducta” de la esposa creyente (1 Pedro 3:1–2). Pablo refuerza esta esperanza cuando pregunta: “¿Qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Corintios 7:16).
No obstante, Pablo equilibra la persistencia con la paz. Si el incrédulo decide partir, “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre” (1 Corintios 7:15). Dios no llama al creyente a la contienda ni a la coerción, sino a la paz (Romanos 12:18).
Al final, el llamado es sencillo: permanece donde Dios te ha puesto, alumbra la luz de Cristo en tu hogar (Mateo 5:14–16) y confía en que la gracia de Dios obrando en ti pueda traer salvación a quienes amas.