
Las palabras finales de Pablo en 1 Corintios 7 desafían muchas suposiciones modernas sobre el matrimonio y la vida cristiana. Mientras que nuestra cultura a menudo trata el matrimonio como el camino esperado (y a veces como la cima de la madurez cristiana) Pablo hace algo muy distinto. Él llama a los creyentes a un principio más profundo que gobierna toda decisión: sé santo.
Para Pablo, la pregunta nunca es: “¿Estás casado o soltero?”, sino siempre: “¿Estás viviendo en santidad delante del Señor?” Ya sea que el hombre del versículo 36 decida casarse con su desposada o permanecer como está, Pablo dice: “no peca”. ¿Por qué? Porque la santidad no se encuentra en un estado relacional particular, sino en un corazón sometido a Cristo (Romanos 14:5–8; Colosenses 3:17). Sé santo.
Pablo reconoce la realidad del deseo humano. Si las pasiones son fuertes, el matrimonio es sabio, “mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7:9). Pero si alguien tiene “dominio propio” y un firme deseo de permanecer soltero para un servicio más entregado, esa elección también es buena (7:37). Lo que importa es la pureza del cuerpo y del corazón (1 Tesalonicenses 4:3–5). Sé santo.
Aun las viudas son libres — libres para volverse a casar “con quien quiera, con tal que sea en el Señor” (7:39), o libres para permanecer como están. Pablo expresa su juicio guiado por el Espíritu de que permanecer soltero brinda mayor libertad para una devoción sin distracciones (7:32–35). Pero cualquiera que sea el camino, su refrán es claro: la meta es fidelidad, pureza y devoción a Cristo (Filipenses 3:13–14). Sé santo.
El matrimonio es bueno (Génesis 2:18–24; Hebreos 13:4). La soltería es buena (Mateo 19:12). Pablo no exalta a ninguno por encima del otro. En cambio, eleva lo único que da sentido a ambos: una vida vivida en obediencia a Dios. La santidad es la meta en toda condición, en todo deseo, en toda decisión.
Así Pablo ensancha el camino. Si te casas, sé santo. Si permaneces soltero, sé santo. Si tienes pasiones, sé santo. Si tienes paz, sé santo.
En toda circunstancia, Pablo nos llama a la misma verdad: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16).