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Devocional 24 Noviembre 2025

November 24, 2025 • Steve Torres

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“Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis. Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano.” (1 Corintios 8:9–13, RVR1960)

La libertad cristiana nunca tuvo la intención de apuntarnos hacia nosotros mismos. Sin embargo, los corintios, como a veces nosotros, pensaban que la madurez espiritual significaba tener más libertad personal. Pablo corrige esa idea por completo. “Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles” (v.9). En otras palabras, si tu libertad te hace olvidar a la familia que Dios ha puesto a tu alrededor, entonces no has entendido la libertad en absoluto.

La Escritura nos recuerda constantemente que Cristo no vino a salvar individuos aislados, sino un pueblo para Sí mismo (Mateo 1:21; Tito 2:14). Por eso Pablo ancla su advertencia en la cruz: aquel a quien puedes dañar es «el hermano por quien Cristo murió» (v.11). La libertad cristiana nunca se trata de afirmar lo que yo puedo hacer; se trata de recordar el valor inmensurable de las personas por quienes Jesús lo entregó todo.

Algunos creyentes todavía cargan recuerdos y asociaciones de la oscuridad de la cual Cristo los rescató. Lo que para nosotros parece inofensivo, (un vestir, un símbolo, un ambiente, una conducta, frases) para ellos aún puede sonar a viejas cadenas. Si al ver nuestra libertad ellos son impulsados a actuar contra su conciencia, Pablo dice que no solamente los hemos molestado; los hemos herido. Y más aún: “pecáis contra Cristo” (v.12). Romanos 14:23 lo deja claro: todo lo que no proviene de fe es pecado.

Pero Pablo no solo advierte; nos dirige nuevamente a Jesús mismo. El Hijo de Dios, el Creador de la Vida, tenía todo derecho de permanecer en gloria. Sin embargo, dejó a un lado cada privilegio divino (Filipenses 2:6–8). No se aferró a Su derecho de ser honrado, ni a Su derecho de comodidad, ni siquiera a Su derecho a la vida. El Autor de la Vida permitió que Su propia vida fuese tomada, para que nosotros, que estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios 2:1–5), recibiéramos vida en Él. Esta es la forma del amor. Este es el modelo de la verdadera libertad.

Por eso Pablo concluye, no con reglas, sino con un corazón moldeado por el Calvario: “Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás” (v.13). El amor no pregunta: “¿Qué puedo hacer?” sino: “¿Cómo puedo ayudar a mi hermano a vivir?”

La verdadera libertad cristiana no es la capacidad de hacer lo que queramos. Es la capacidad, dada por el Espíritu, de renunciar a cualquier cosa por el bien de aquellos por quienes Cristo murió.

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